domingo, 7 de octubre de 2012

Domingo, 7 de octubre.

Yacía en su cama perdida en un letargo incipiente. Con aquellas ganas de morir de la cual caía presa en días como estos... Aquellos días negros en que se sentía una niña solitaria y desposeída, desarraigada y extranjera hasta en su propio metro cuadrado, la moral socavada y las ganas destruidas.

No soportaba ver el cielo de su cuarto, no soportaba el aroma a prisión que se desprendía a modo de cianuros vapores del papel tapiz y a pesar de todo, de todo esto que sentía, lo sabía, lo sabía desde antes, no tenía el valor, no tenía esa chispa opaca que alimenta la mirada de los suicidas para terminar con todo esto, ese coraje inscrito en el iris de los condenados a muerte por su propio, peculiar e íntimo verdugo. No, hoy no, Shane lo impediría como siempre.

Así que se levantó de la cama en cámara lenta, moviendo cada miembro como si pesase no kilos, sino toneladas, pausada, pero con prisa. Quería llorar, pero no, no aquí, puesto que, de pronto lo único que quería era estar rodeada de gente para ir rellenando como un placebo al menos uno de los rincones desposeídos de su alma. De cierto modo sabía, que en estos días negros de dolor y autodestrucción, eran aquellos días en que los mellizos la arrojaban al fondo y le hacían tomar vacaciones. No fue ambiciosa, tan solo tomó: su chaqueta negra y se la puso, dió unos pasos hacia la mesita de noche y metiose el teléfono, las llaves en el bolsillo derecho junto con los audífonos, para después contemplar con cierta necesidad el filo del pequeño metal en su gaveta, no, no quería llamar a Shane tan rápido, necesitaba un momento a solas. Respirar, llorar y expiarse bajo la lluvia.

Sus pies se movieron raudos escaleras abajo mientras que su mano derecha encendía el teléfono y echaba andar el reproductor de música y con la mano izquierda acariciaba su corto cabello negro, alargando el brazo cada vez más tras su espalda para alcanzar su capucha, ocultó su rostro mientras pasaba por el segundo piso con prisa, y para cuando pasó por recepción se había enclaustrado en su propia nube negra. Quizás, hasta si hubiese sacado la lengua como aquellos niños que saborean curiosos los días grises Bianca, hubiese saboreado las gotas de una lluvia ácida.

Su zapatilla tocó el asfalto y con la misma prisa con que llegó hasta la calle siguió caminando sin rumbo fijo, una cuadra, dos cuadras, cuatro cuadras, en un estado catatónico, con el sabor hiel preso en la lengua, el pecho apretado y la cabeza gacha.Ya que a pesar de su deseo de humanidad a su alrededor, estaba conciente que su deseo no era más que un simple capricho estético, puesto que ella no hablaría con nadie y nadie hablaría con ella. No, a nadie le gustaba la lluvia y muchos menos se mojaría con ella en su propio y destructivo microclima.

Estaba de cierto modo, en una manera fácil de decirlo, cansada, pero no de ese esa cansancio que pesa en el cuerpo, no, sino de ese cansancio que cala el alma y debilita la mente. La cordura de Bianca comenzaba a caminar por la cuerda floja y Moira a la cabeza de la insana parada, le vendaba los ojos esperando que cayese pronto para ser su relevo.

Bianca no miraba semáforos, Bianca solo ponía un pie delante del otro, como si aquella acción de caminar, de huir, fuese la real razón de existencia de sus miembros. De cierto modo su propia cobardía de querer morir y no poder darse fin, respondía a un instinto animal y primitivo, deseos e instintos que las otras sombras de Bianca habían desarrollado bien, de cierto modo Bianca no podría nunca llegar hasta al final sin que la decisión fuese unánime y demonios que las otras sombras de Bianca sabían degustar esas aristas de la vida que Bianca, como una invidente nunca podría disfrutar, no, al menos no sin culpa.

De golpe los pies dejaron de moverse, Bianca cayó de rodillas y como si las mismas garras de su infierno personal la arrastraran a tierra, cayó boca abajo contra el pasto. Nadie se inmuto, ni los niños que pasaban, ni las parejas abrazadas, Bianca bien pudo haber caído bien fulminada de un infarto en alguno de estos prados de las plazas y nadie se daría cuenta hasta sino un par de horas. Su propia invisibilidad le dio placer, le dio dolor, un placer doloroso, una excitación sublime de su propia incorporeidad y alzó los brazos y se hizo un regazo en el cual agazaparse todavía de cúbito abdominal. Cerró arrastrando los puños con fuerza arrancando la grama a su paso con un deje de impotencia de su propia incapacidad de vivir, de su propia pérdida de control, de su innegable depresión que cada día iba in crescendo, esa necesidad aberrante que tiraba después de analizarle más tarde, esa necesidad de desear una vida normal como la de todos, igual de ignorante que la mayoría. Esa necesidad insana de pertenecer... a algo, a alguien. Oh... Cuanto quisiera poder volver a recuperar esa inocencia perdida y esa ignorancia infante. Una lágrima negra se deslizó por su mejilla y esa lágrima llamó a otras y una lluvia negra como el ébano acarició el rostro de Bianca mientras sentía que el filo que muchas veces sobrellevó su dolor, aquel hierro que dormía en su gaveta, había yacido en su lengua y en un trago suicida desgarraba todo a su paso, todo en su interior...

Bianca R. & Shane.